Tu alma estará sola, atrapada por los oscuros pensamientos que emanan de la fría piedra de la tumba. Nadie interrumpirá tus momentos de recogimiento.
Quédate en silencio en esa soledad que no significa abandono. Los espíritus de los muertos, aquellos que vivieron antes que tú, llegarán a tu lado y te rodearán en la muerte. La sombra que cubra tu rostro obedecerá a su voluntad. Por eso, permanece en calma.
Aunque tranquila, la noche se tornará sombría, y las estrellas, desde sus elevados tronos celestiales, no volverán a mirarte con la esperanza que una vez iluminaron a los mortales. Sus órbitas rojizas, vacías de luz, serán para tu corazón marchito como un fuego abrasador, una fiebre que se quedará contigo para siempre.
Ahora llegan a ti pensamientos que jamás podrás desterrar; se alzan visiones que nunca se desvanecerán. Estas no abandonarán tu espíritu; quedarán en él, fijas, como el rocío que reposa sobre la hierba.
La brisa, esa respiración de Dios, permanece inmóvil, y la niebla que se extiende como una sombra sobre la colina—una sombra cuyo velo aún no ha sido rasgado—se convierte en un símbolo y una señal. ¿Cómo logra flotar entre los árboles? Ese es el misterio de los misterios.
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