La gran colina crecía junto al antiguo pueblo,
un precipicio contra el final de la calle principal;
verde, alto y arbolado, mirando oscuramente
hacia el campanario en la curva de la carretera.
Durante doscientos años se oyeron rumores
sobre lo que sucedió en esa ladera rechazada por el hombre:
historias de un ciervo o pájaro, extrañamente mutilado,
de niños perdidos cuyos familiares ya no esperaban encontrar.
Un día, el cartero no encontró ningún pueblo allí,
no se volvió a ver a su gente, ni a sus casas;
desde Aylesbury llegaron curiosos para mirar;
sin embargo, todos acusaron al cartero de loco
por decir que había visto los ojos glotones de la gran colina
y que sus fauces estaban abiertas.
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