Cada año, al resplandor nostálgico del otoño,
las aves remontan el vuelo sobre un océano desierto,
trinando y gorjeando con prisa jubilosa
por arribar a una tierra clavada en su memoria.
Grandes jardines colgantes donde se abren flores de vivos colores,
hileras de mangos de gusto delicioso
y arboledas que forman templos sobre frescos senderos,
todo esto les revelan sus vagos sueños.

Buscan en el mar vestigios de su antigua costa,
y la alta ciudad blanca, erizada de torres.
Pero sólo las aguas vacías se extienden ante ellos,
entonces dan media vuelta una vez más.
Y mientras tanto, hundidas en un abismo infestado de extraños pólipos,
las viejas torres añoran su canto perdido y recordado.